13/4/10

La Gran Hada de los hayedos

Vino a verme aquella tarde lluviosa de verano navarro. No se acercó tímidamente como suelen hacer las hadas; vino de repente, entró por la puerta grande de mi alma y se adueñó de mi espíritu para siempre. Ciertamente, tras nuestro encuentro hubo varios hechos inesperados que corroboraban que aquello no había sido un sueño. El alfiletero estaba en mi mesilla de noche, gatos y pájaros me hacían llegar claros mensajes encantados y los hayedos me cobijaban del inhóspito mundo exterior.

Hacía días que no llovía y los habitantes de aquellas tierras estaban inquietos. Hasta las moscas notaban que la fuerza del sol de mediodía las aturdía.
Yo caminaba por el bosque haciendo crujir las hojas y escuchando las alegres cigarras. Llegué a una fábrica de armas abandonada cubierta por el musgo y la vegetación. Noté que la Gran Hada Mari estaba presente. La fuerza de la diosa de la naturaleza había logrado imponerse a la mano del hombre y, en esos muros que en su día habían ocultado la vergüenza asesina del hombre, Mari había posado su barita mágica. El potente rayo de la Bruja Mayor cayó sobre Orbaizeta y convirtió una antigua fábrica de armas en un templo para las hadas.
Lo tuve claro; se trataba de un lugar de poder, un sitio seleccionado ya por la intuición de nuestros ancestros donde conectar con divinidades y seres astrales, un sitio donde el espacio-tiempo no se someten a las leyes de la física, un enclave donde vivir otras realidades. ¡Que silencio, que quietud!

Ya por la tarde empezó a llover, una lluvia fina pero constante, suave pero de las que te cala hasta lo más hondo, templada pero con el gusto de los primeros mitos megalíticos. Mientras paseaba por la cueva del akelarre pensé en todos nuestros antepasados, mucho más intuitivos que nosotros, y que todavía mantenían la capacidad de guiarse por los instintos animales para buscar la protección necesaria de su cuerpo y su alma. Cientos de murciélagos revoloteaban silenciosos por las zonas más oscuras, enseñando a vivir a su única cría de ese año. El hada Mari sin duda convivía con ellos. ¿De que otra forma podría ser, tratándose del único mamífero capaz de volar con las manos, ver con las orejas y descansar suspendido boca abajo y por los pies?

Sentada en aquel banco de madera mojada, sólido y vívido, escuchando el goteo incesante de la lluvia, la vi aparecer. Imponente, con su cuerpo de mujer y sus patas de gallina joven, directa y sin artificios, rodeada de los genios fantásticos que aún hoy habitan aquellas tierras.
⁃ Aquí estoy, Sorgiñe, ¿Querías verme? ¿Acaso no has deseado con todo tu corazón poder comprobar con tus ojos que sí, existo?
⁃ Temo no saber tratarte con todo el respeto que un mito como tú merece. Disculpa si no sé bien cómo reaccionar; ¡tengo tanto que contarte!
⁃ Adelante, piensa en ello. La pureza de los pensamientos de quienes me adoran me regala años de vida. Desde el principio de los tiempos lamias, hadas y ninfas habéis vivido a la orilla de mis ríos, donde bajo mi protección ,laváis vuestras largas cabelleras y las atusáis con peines de oro.
Cerré los ojos y sonreí dejándome llevar por las palabras embriagadoras de la Gran Mari. Sentí su enorme poder de justicia y la severidad de la diosa ante la traición de los débiles de espíritu que suelen negar en falso.
¡Así sea! ¡Llévame contigo mientras tenga fuerzas para seguirte!- pensé; con tanta intensidad que noté como mi cuerpo flotaba suspendido a tal altura que pude tocar las nubes.

Un trueno seco y profundo me hizo abrir los ojos. Una bola de fuego seguida de un carro luminoso volaba cruzando las montañas. Mari desaparecía con su séquito de almas surcando la cerrada noche de los bosques navarros. Comprendí que el ser humano está construido por recuerdos del pasado y sueños de futuro. La naturaleza ha de ser amada y temida puesto que en ella habitan todos los seres mágicos y espirituales. El bosque está compuesto por murallas verdes impenetrables, que nos hacen pensar en que al otro lado existe una intensa vida insólita, de hadas y duendes, de dioses y mitos, de brujas y búhos sabios. Ocultos, tras la vegetación, encaramados a los retorcidos troncos de los robles y suspendidos en las livianas ramas de las hayas, los ojos de la magia nos acechan.

2 comentarios:

  1. Como siempre... despiertas a la meiga que duerme... me gusta cuándo nos cuentas historias...

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