Atlas y su compañera Vega, una pareja de alimoches, habían pasado el invierno en el centro de África y volverían a España para criar. No hubieran tenido más de uno o dos pollos. El macho se adelantó en su viaje y, a su paso por Extremadura, su transmisor se detuvo.
El biólogo que efectuaba su seguimiento, Guillermo Doval, se dirigió a La Siruela, al norte de la provincia de Badajoz, y allí encontró una escena dantesca. El cadáver de Atlas yacía junto al cuerpo de un cordero recién nacido. En el interior del tronco de varias encinas viejas había 12 aves más -dos alimoches más, cuatro buitres negros, cuatro buitres leonados y dos busardos ratoneros-, todas especies protegidas. Los agentes forestales y del Servicio de Protección de la Naturaleza (SEPRONA) no tuvieron que ir muy lejos para encontrar el arma. El dueño de la finca portaba un bote con sustancias tóxicas en su vehículo y fue inmediatamente detenido. El uso de cebos envenenados está tipificado como delito en el Código Penal y puede acarrear penas de cárcel. A ver si le cae una buena pena y se les quita las ganas de matar animales.
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